El cantautor cubano Silvio Rodríguez, famoso por su unicornio azul y todas sus buenas canciones desde la Nueva Trova hasta ahora, acaba de descubrir que el pueblo cubano lo pasa mucho peor que lo que él creía. Su hijo, también cantante, viaja con frecuencia a Miami, es un tipo muy crítico con el régimen de los Castro, se hace llamar olímpicamente Silvito El Libre y se ríe a carcajadas de la gerontocracia habanera, de la que forma parte su famoso padre. Lo de Silvio Rodríguez despertándose de repente a la conciencia crítica me recuerda aquella escena de la película Casablanca en la que el oficial francés, cómplice de Rick el americano, le dice de repente que cierra el local de copas del gringo encarnado por Humphrey Bogard. Por qué, le pregunta Rick. Porque he descubierto que aquí se juega, contesta, cínico, el francés. De repente, Silvio se despierta, encuentra su unicornio azul y se da cuenta de los tres grandes problemas del pueblo cubano.
Hace años, en una de mis visitas a Cuba, invité a desayunar al Cohíba, a un amigo poeta que llegó a ser Premio Nacional de Cuba. De modo que, aunque alguna vez estuvo durante una temporada muy marginado y casi en plan piyama, encerrado en su casa y en el ostracismo, había gozado también del beneplácito arbitrario del régimen, que le concedió su premio literario máximo. Mi asombro aquella mañana llegó a un punto culminante. Mi amigo se dirigió a la mesa de los alimentos y escogió un plato hondo en el que se sirvió una grande y humeante fabada. Cuando regresó a la mesa y vio mi gesto de extrañeza, me dijo escuetamente: ayer no comí nada en todo el día.
Otro día, otro poeta, que ahora niega mi cercanía personal a él y a su obra por pura supervivencia interior, me invitó a su casa acompañado por otro poeta amigo, Manuel Díaz Martínez, hoy exiliado en Canarias y desde hace ya tiempo.
El anfitrión me dijo que pidiera que es lo que quería comer, porque en Cuba había de todo y para todos. Lo miré con sorna y le dije que quería un pargo a la brasa “así de grande” (y abrí los brazos hasta donde podía) con arroz congrí. Sea como fuere, Pablo Armando Fernández consiguió el pargo, por cierto espléndido, y el arroz congrí y yo llevé los tragos. La conversación del almuerzo corrió a lo largo y ancho de alcoholes varios y versó esencialmente sobre el caso Padilla, el poeta maldito. Nos podían haber fusilado, me dijo Fernández, con la aquiescencia gestual de Díaz Martínez. Yo les dije, mientras ellos dramatizaban, que el pargo estaba espléndido y Fernández me contestó como Alfredo Guevara en casa de Gloria López en otro almuerzo: en Cuba todo el mundo hace tres comidas al día, desayuno, almuerzo y cena. Volví mi rostro más sarcástico hace el anfitrión y contuve una carcajada que transformé, como pude, en una amable sonrisa. Eran, y son, buena gente que miente porque tiene que mentir para la supervivencia, son cínicos pese a ellos mismos, saben que mienten y hacen como que saben que los demás sabemos que mienten porque tienen que mentir. Estos episodios habaneros eran y son cotidianos. Cuando visitaba Cuba con frecuencia llegaba como Baltasar, el Rey Mago, en camello y con regalos para todos, desde medicinas inexistentes desde hace medio siglo en Cuba hasta libros de Cabrera Infante que se cambiaban por doce latas de leche condensada. Ahora me entero de que el canje continúa y que todos los libros de Chavarría se cambian en este “simpático” mercado negro de literatura buena y mala por uno de Padura. Todos los de Chavarría, régimen puro, por uno de Padura, pura literatura. Estoy seguro de que si invito hoy a desayunar a Padura el Hotel Cohíba, no tomaría de desayuno una fabada, por cierta vergüenza y discreción, desde luego, pero me contaría mucho de las dificultades y de los tres problemas de los cubanos en la actualidad, los mismos que acaba de descubrir Silvio Rodríguez que de verdad existen y son las tres quejas mayores de todos los habitantes del Archipiélago.
Esos tres graves problemas se han convertido en un triste tigre y chiste que corre por todos los lugares de jarana en La Habana, y no es para menos, porque sabemos que a falta de pan bueno es el humor y el discurso de la resistencia cubana se basa, en esencia, en el humor cotidiano que impregna la carencia de todo y, sobre todo, la presencia de los tres grandes problemas de Cuba. Como ustedes habrían podido adivinar, casi desde el principio de esta confesión, esos tres grandes problemas se repitan todos los días y son el desayuno, el almuerzo y la cena. Pero la propaganda oficial sigue repitiendo desde hace medio siglo lo mismo que me decía el poeta Fernández delante del pargo a la brasa de aquel día: en Cuba todo el mundo come de todo. Lástima que ahora Silvio Rodríguez le lleve la contraria. Aunque sea por que se note demasiado que allí también se juega.
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Cursó sus estudios primarios y secundarios con los jesuitas, en su ciudad natal y se licenció en Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid en 1968. Entre 1974 y 1978 viaja y cambia repetidamente de residencia y desde 1978 se asienta en Madrid. Ejerce múltiples y variadas actividades, literarias y periodísticas, como colaborador en medios de prensa y televisión españoles. Entre 1974 y 1978 publica sus primeras novelas "El camaleón sobre la alfombra" - Premio Benito Pérez Galdos 1975, "Estado de coma" y "Calima" donde se descubre su primer universo literario. Luego con "Las naves quemadas" y "El árbol del bien y del mal" creó el imaginario de Salbago. En 1998 obtuvo el Premio González-Ruano de Periodismo y, desde ese mismo año, está en posesión de la Orden de Miranda. En la actualidad es director de la Cátedra Vargas Llosa.
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