Me divierto mucho con la idea de ciertos jóvenes escritores para hacerse ricos con la literatura. Vienen a la literatura para hacerse ricos, sin darse cuenta de que esta profesión solitaria exige cada vez más tiempos a cambio de satisfacciones, sí, muchas satisfacciones, pero ninguna de ellas económica. Al contrario, cualquier escritor se empeña y arruina por sacar adelante su obra sin tener en cuenta ni familia, ni otra profesión dineraria. Por eso el escritor es siempre el inútil de las familia, como decía Jorge Edwards, el que pierde, aquel que tiene la profesión del vago, quien dice trabajar mientras lo único que hace es escribir. ¿Cuándo trabajas?, me preguntaban a mí de joven algunos idiotas que no entendían qué era la profesión y la vocación de escribir. Siempre, viejo, siempre, contestaba yo. ¿Y cuándo escribes?, volvían a preguntarme provocadores. Siempre que escribo, contestaba yo, siempre y siempre que escribo. Lo que verdaderamente llama la atención es que haya todavía escritores jóvenes que vienen a la literatura para hacerse ricos, cuando si lo que quieren es eso es mucho más fácil conseguirlo que ser un buen escritor. Sostuve siempre que hacerse rico en un sistema político lleno de ladrones y de corrupción es facilísimo: sólo tiene uno que tener un par de ideas, ninguna frontera ideológica ni moral, ninguna estética ni ética. Sólo una idea: hacerse rico. Es fácil, salvo que se dediquen a trabajar honestamente, no roben a nadie, y menos al Estado, y sigan adelante con los principios éticos que han trazado sus vidas. Conozco ricos honrados, pero son los menos. Conozco escritores ricos, que también son los menos porque lo que ocurre con ellos es un milagro: se hacen ricos escribiendo y hablando en las universidades. Esto no es lógico: escribiendo y hablando lo más seguro es que acabes más pobre que las ratas, aunque repito las satisfacciones que produce la literatura, amén de las desazones que también provoca, y al final de la vida tengas un montón de recuerdos por escribir y termines asesinado por la misma ansiedad que te ha colmado toda la vida, la misma manía de escribir.
Hace tiempo que me sonrío (más sabe el diablo por viejo que por diablo) cuando algún escritor joven me cuenta sus hazañas del futuro. Películas con sus novelas en Holliwood, a poder ser dirigidas por Steven Spielberg, traducciones de sus novelas a mil lenguas nobles y conocidas. Éxitos de talante internacional, reportajes, televisión. La gloria. Me sonrío porque todas esas aventuras locas no se cumplirán en la inmensa mayoría de los casos y por que, además, tampoco es lógico -y, por tanto, no es matemático- que la literatura dé la gloria en este valle paradisíaco tan lleno de lágrimas. Lo que da la literatura, quiero decir que puede darlo, es la gloria de la eternidad literaria. Y, sobre todo, da la satisfacción que un verdadero escritor siempre busca: serlo, nada más que serlo, independientemente de escribir todo el día lo que a cada uno le dé la gana. Un escritor debe ser feliz sólo escribiendo todos los días, como un juego, un divertimento, un entretenimiento de jeroglífico, porque se trata de eso: de buscar palabras, nada menos que de buscar palabras exactas y juntarlas exactamente en el lugar que les corresponde a cada una de ellas. Ahí es nada: la perfección.
En mi caso particular, vivo de los aledaños de la literatura, pero -aunque gané algún galardón millonario con alguna de mis novelas- nunca soñé ni me imaginé que podría vivir de los derechos de autor de mis libros. Hubiera sido desde el principio una ingenuidad. El mercado del libro tiene leyes comerciales que no se pueden negociar con la verdadera literatura, por eso desprecio en profundidad a los escritores que se lo ponen fácil a los lectores para que los lean más. Ni fácil ni difícil: tal como es en cada momento. Hubo escritor de best-seller, y lo conozco, que escribía las novelas con tres finales diferentes. Eran los vendedores editoriales de sus libros los que escogían el final “más comercial”. Ese, por mucho que venda libros, no es un escritor: es un comerciante, un mercenario, un verdadero idiota que, más pronto que tarde, terminará por ser olvidado por quienes exactamente lo aplaudieron luego de leer sus pésimas novelas de aventuras. Termino: para mí un escritor de éxito es aquel que escribe todos los días en su casa, en la soledad de su estudio, lo que le viene en gana. Un escritor fracasado es, por el contrario el que no escribe lo que realmente quiere sino lo que le dictan sus comerciales. O aquel que, y esto es peor, dice que el lunes que viene comienza a escribir una novela y nunca llega el lunes para empezar a escribirla…
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Cursó sus estudios primarios y secundarios con los jesuitas, en su ciudad natal y se licenció en Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid en 1968. Entre 1974 y 1978 viaja y cambia repetidamente de residencia y desde 1978 se asienta en Madrid. Ejerce múltiples y variadas actividades, literarias y periodísticas, como colaborador en medios de prensa y televisión españoles. Entre 1974 y 1978 publica sus primeras novelas "El camaleón sobre la alfombra" - Premio Benito Pérez Galdos 1975, "Estado de coma" y "Calima" donde se descubre su primer universo literario. Luego con "Las naves quemadas" y "El árbol del bien y del mal" creó el imaginario de Salbago. En 1998 obtuvo el Premio González-Ruano de Periodismo y, desde ese mismo año, está en posesión de la Orden de Miranda. En la actualidad es director de la Cátedra Vargas Llosa.
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